miércoles, 29 de abril de 2009

Australia la roja

Nunca imaginé lo que verían mis ojos. Mi plan sólo era visitar Adelaide, la capital de South Australia. Y aunque me habían dicho que no había mucho que ver ahí, mi presupuesto no daba para más. Total, yo lo único que quería era pasar mis vacaciones fuera de Melbourne. Así que llegó el Good Friday y con ello el inicio de mi romance con Australia.

La primera señal de aventura vino cuando por azares del destino nos prestaron un auto del año. Ahí trepados en ese auto con casi nada de kilometraje, como que entraaaba la tentación de irse un poco más lejos. Además, con mi entrenamiento en las excursiones a Oaxtepec yo ya había llenado el auto de madre y media. Como toda buena chilanga, prepare tortas pal´camino, agua de naranja, fruta, una cobija, chamarras, agua pa´lavarse las manos o pa´lo que sirva, bolsas y mas bolsas. El piloto nada más veía cómo se llenaba la cajuela. Ahhh, pero además me preparé con harta música. Claro, no llevé mi grabadora, pero llevé mi mi Ipod de 30GB que cómo nos aliviano toooodas esas horas que pasamos sentadotes en el auto deleitándonos con los paisajes australianos.


En esta parte todos los árboles están del mismo tamaño, como si un gigante con sus grandes tijeras los hubiera podado

El soundtrack del viaje tuvo de todo. Desde Nirvana, Metallica, pasando por Amy Winehouse, hasta llegar a Café Tacuba con Calle 13 y rematar con Frank Sinatra. Ah!! y por supuesto coreamos juntos a Rubén Blades. Mi tarea era mantener despierto al piloto, así que mi ingenio incluyó lecciones rápidas de español, o lo que es mejor, aprenda español cantando.


Después de las primeras 6 horas de manejar hicimos un alto y comenzamos a buscar dónde dormir. Las 10 de la noche, nada, todo cerrado. Los moteles apagados y con letrero de No Vacantes (ya después entendimos que en realidad el letrero era para que no los despertáramos. Pues como en toda provincia, aquí la gente también se duerme tempranito). Ni modo, a seguir buscando. Dos horas más tarde, un desvelado casero nos dio posada.


La primera parada oficial fue antes de llegar a Adelaide, en el famoso Blue Lake, que está casi entrado al estado de South Australia. Chiquito (digo, para ser un lago) pero impresionante con sus colores. Desgraciadamente no pude meterme porque en este país todo lo tienen super cuidado y organizado. Por lo tanto, el agua no es para andarse metiendo a nadar, ésta va directamente al sistema de agua potable de varias ciudades pequeñas. Ni modo, a tomarse aunque sea una fotito.



Ya otra vez en camino vino el primer volado: quedarse en Adelaide, una ciudad bonita, llena de jardines, con poco más de un millón de habitantes, pero al fin y al cabo, pequeñita para mis ojos; o, lanzarse a Uluru.

¿Uluru? ¿Esa piedrotototota que está en el centro de Australia? ¿Esa enooooorme roca que es uno de los monolitos más grandes del mundo con sus 9.4 kilómetros de circunferencia? ¿Estamos hablando del ícono natural más famoso de Australia? Pues sí, señoras y señores, estábamos hablando del mismo y yo, pues no podía negarme a semejante aventura. Así que acepté el reto, sin saber lo que eso significaba. Miramos el mapa… Miramos el mapa otra vez. Vino una risa nerviosa. Llevábamos ya varias horas de viaje, estábamos en Adelaide y aún nos faltaban como mil 500 kilómetros! (Gracias Dios, nunca tuve conciencia de lo que significaban mil 500 kilómetros. De haberla tenido tal vez no estuviera escribiendo esto).

El piloto miró al copiloto y le preguntó: ¿aguantas? Va, respondió ella. Cargamos gasolina, compramos agua, galletas, cigarros, chicles, pasamos por las hamburguesas camineras y a darle al acelerador. 5 horas más tarde estábamos muy, muy lejos. En Port Augusta, para ser más precisos. (No hay fotitos de esta parada porque todo estaba cerrado y oscuro)


Los cielos australianos son la neta


Como la gasolina era lo único que nos detenía nos paramos a preguntar cuál era el siguiente poblado y los lugareños nos dijeron que era muy peligroso manejar de noche, la carretera estaba repleta de canguros. Nadie manejaba a esas horas. Ni modo, un poco desanimados buscamos dónde pasar la noche.

Sólo dormimos unas cuantas horas, nos echamos el cafecito mañanero y a darle. Los paisajes que miré son simplemente indescriptibles. Ahí empezaba el desierto australiano, y los ojos no me alcanzaban para mirarlo todo. Y es que en verdad era como un viajesooooote. Los colores del cielo australiano son simplemente increíbles. No sé si es mi imaginación pero el cielo de Australia es diferente; es claro, ligero, azul-azul, es el más bonito que conozco.


Después de varias horas paramos en Coober Pedy, un pueblo en el corazón de South Australia. La principal actividad de este lugar son las minas de Opal y el otro atractivo es que algunas de las casas están construidas bajo tierra, o sea, en una especie de minas. No pudimos ver muchas cosas pues Uluru aún estaba a varias horas de camino, casi 700 kilómetros.

Nunca había pasado tantas horas sentada en un auto. La plática iba desde tonterías a cosas profundas, pasando por historias de nuestros países, recuerdos de infancia, netas y mentiras, hasta llegar a los más cómodos silencios, que se rompían por un comentario que desataba otra vez la conversación. Así, llegamos a Northern Territory, the red centre.

Llegó la noche y con ella los canguros. Canguros chiquitos, medianos y enormes saltando por todos lados. Nadie tenía permiso de dormir. Había que poner toda la atención en la carretera, pues los canguros saltaban en el momento menos esperado. Afortunadamente mi piloto es muy, muy bueno y nunca atropelló a ninguno, aunque no nos salvamos de uno que otro amarrón. Resulta que los canguros duermen de día, y de noche les da por salir a saltar. Pero a los muy canijos les encanta saltar en la carretera en cuanto ven las luces. Lo que al principio me tenía maravillada, dos horas después ya me había fastidiado. Como a las 3 de la mañana me quedé dormida y desperté muy cerca de Uluru.



En medio del desierto, bajo un sol de casi 40 grados, sobre una tierra roja, allá, a lo lejos se asomaba Uluru (Ayers rock). La zona pertenece a los Anangu, aborígenes australianos que han vivido en esta área al menos los últimos 30 mil años. Para los Anangu, Uluru es una piedra sagrada con su casi medio kilómetro de altura sobre el nivel de la tierra y sus casi 6 kilómetros debajo de la superficie. Recorrerla significa caminar 9 kilómetros y escalarla significa que tienes mucha fe en tu salud.


Y pues ahí voy. Al principio no quería escalarla, la piedra está muy lisa, no hay de dónde agarrarse y además está muy vertical. Y si a eso le sumamos que no teníamos nada preparado para escalar, el calor llegaba casi a los 40 grados, las moscas se daban vuelo posándose en mi cara y ni un chorrito de agua que tomar, pues… Pero a petición del público escalé hasta la cima. Llegar ahí simplemente me llenó de vida.



Esta es la prueba de que llegué


La bajada, ya fue lo de menos. Las vistas fueron simplemente impresionantes. Después de eso, qué más podía pedir. Pues sí, pedí algo, un refugio, antes de desmayarme por la sed y el calor.

Cumplida la misión del viaje y después de más de 2 mil kilómetros, todavía teníamos mucha pila, así que a buscar la siguiente parada. Kings Canyon, se asomó en el mapa, total sólo estaba a 3 horas.

Desgraciadamente no pudimos ver el atardecer, pues unos camellos se nos atravesaron en el camino y nos perdimos el espectáculo que dura un instante.


Este par estaba muy echadote en medio de la carretera!!

Ya con más calma nos instalamos cerca de ahí, cenamos como Dios manda, un bañito y a dormir, pues la jornada del día siguiente requería mucha energía. Y así fue, era martes y teníamos compromisos en Melbourne para el jueves, así que a gastarse lo que quedaba de pila.

Kings Canyon es simplemente rojo. Piedras cortadas por la naturaleza que muestran unos colores increíbles. La caminata fue de apenas 6 kilómetros e incluyó un chapuzón en un claro de agua que está en el corazón de las piedras. Nuevamente mis dotes de chilanga que pasó sus vacaciones en los balnearios de Morelos salieron a relucir, y ante la falta de traje de baño me metí con muy poquita ropa. No me podía perder ese momento.



Ahí si ya perdí todo el estilo

Una vez refrescados comenzó el descenso y con ello el regreso. La primera jornada fue de casi 14 horas manejando. Ya hasta alucinábamos que la luz que veíamos eran las luces de Coober Pedy, cuando en realidad era el reflejo de la luna. Los canguros nos traían azotados. Pero aun así sobrevivimos con mi música, con más historias y más secretos que nos confesamos mientras nos atascábamos de galletas de chispas de chocolate.

El piloto tenía que dormir. La copilota, ya estaba diciendo incoherencias, así que paramos a la orilla del camino y a dormir unas horas. De nuevo en camino nos aventamos una larga jornada de 17 horas manejando, sólo paramos un momento en la despreciada Adelaide para comer y echar siesta de una hora.

Después de 5 mil 250 kilómetros recorridos terminó el viaje, terminaron muchas cosas. A cambio, inicié un idilio conmigo misma y con Australia.