sábado, 24 de abril de 2010

Probando, probando... un, dos, tres

Mucho he hablado de mi posible regreso a mi abandonadísimo blog. Excusas muchas. Pero mi amiga la Truax me dio una solución bien concreta: escribe de a poquito, tampoco tienes que hacer una tesis. Y bueno, aquí ando probando con esta historia que me paso hoy.


Primera escena: la Sylvana sorprendidísima al ver su recibo de Internet que dice 103 dólares!!!!!

Segunda escena: la Sylvana se encabrona, mienta madres, hace cuentas y siente que alguien se la está chingando.

Tercera escena: la Sylvana va a la pinche tienda donde contrató el servicio a que le den una explicación.

Cuarta escena: Al no encontrar solución, la Sylvana llama encabronadísima a customer service.

Quinta escena: la Sylvana se pone brava y pide una explicación right now!!

Sexta escena: la Sylvana discute y discute por una hora sin llegar a ningún acuerdo.

Séptima escena: finalmente la Sylvana no logra que le reduzcan la cuenta, porque le comprueban que sí hizo uso del servicio.

Octava escena: pero gracias a su tesón y pasión por defender sus derechos, incluso en una lengua que aún no domina del todo, ella es premiada

Novena escena: la Sylvana logra que le den un reward en su próximo recibo.

Escena final: la Sylvana está feliz. No sólo obtuvo un descuento, a pesar de que técnicamente no lo merecía, se dio además cuenta del enorme progreso en su inglés.

miércoles, 17 de junio de 2009

Toda mi solidaridad



Que quede bien claro. Los funcionarios federales, estatales y municipales que solaparon irregularidades en la guardería no son mis hijos. Atentamente: La Chingada”. En la manifestación de los familiares de los niños quemados en la guardería ABC, en Sonora.


Casi siempre estoy al pendiente de las noticias en México, desgraciadamente la mayoría son malas noticias. Pero el fin de semana pasado me enteré de una gran desgracia. Mi compañera de casa, antes de darme los buenos días, me preguntó: ¿supiste lo que pasó en México? Se quemó una guardería con un montón de niños adentro.

Corrí al internet para buscar la noticia y ahí estaba. Historias desgarradoras de padres inconsolables, de héroes que con una camioneta abrieron boquetes en la pared para sacar los más niños que se pudiera, de personas que arriesgaron su vida metiéndose a la guardería ardiendo para rescatar a los chiquitos. No pude evitar llorar, yo también tengo chiquitos en una guardería y me llena de escalofrío pensar que algo les pudiera pasar.

Con los días más historias van apareciendo. Pero éstas ya no me quiebran, éstas me llenan de rabia, de coraje, me hacen mentar madres. Redes de complicidad que involucran desde parientes de Margarita Zavala (esposa del espurio) hasta parientes del gobernador de Sonora. Como siempre, la gente cercana al poder haciendo uso de sus “palancas” para llenarse las bolsas de dinero, importándoles un cacahuate a quiénes se lleven entre las patas.

Y días después ahí está el mensaje encabezado por el arzobispo Carlos Quintero: no permitamos que el dolor se convierta en odio, convirtámoslo en esperanza para aislar a los que quieren usarlo para sembrar el odio (palabras más, palabras menos). No, no odiemos, hay que hacernos pendejos, culpemos a la desgracia de lo ocurrido y aquí nada pasó. Hagamos monumentos para recordar a los muertos y dejemos que el tiempo se encargue, como siempre de dejar solos a los que ahora lloran.

Pero lo que terminó de llenarme el buche de piedritas fue la humillación que encima de todo están sufriendo los padres de los niños muertos y de los vivirán el resto de su vida cubiertos por cicatrices. Los 155 mil pesos por niño muerto y 234 mil por herido anunciados por el director del IMSS, Daniel Karam, como si con esa mierda de dinero se pudiera aliviar un poco el dolor de esas familias. Como si con esa miseria miles de niños ya estuvieran a salvo de sufrir un atentado como este. Por qué no mejor anuncia despidos de los funcionarios responsables de dar permiso para operar a este tipo de guarderías. Por qué no mejor mete a la cárcel a la gente que se estaba enriqueciendo con la lana que estos desconsolados padres. Sé que ni siquiera eso podrá compensar en algo el dolor de estas familias, pero al menos se pone a salvo a otros pequeños.

Toda mi solidaridad con los padres de los niños de la guardería ABC. Me rompe el corazón su llanto, me duele imaginar el rostro de uno de ellos cuando se refiere a su hija como “su changa apestosa”. Toda mi solidaridad con todas y cada una de esas familias.

lunes, 1 de junio de 2009

Aussie, aussie, aussie… oink, oink, oink


Todo llega tarde a Australia: las películas, las últimas versiones del iPhone, las crisis económicas -bueno éstas no tanto-, y ahora la influenza –esa gripe que muchos aussies le llaman “Mexican flu”.

La alarma se prendió hace dos semanas. Recién me cambié para mi nuevo barrio, aparecieron los primeros casos en una escuela cercana a mi casa. Unos niños que se fueron de vacaciones a Disneylandia trajeron como recuerdo de su viaje el virus de la influenza tipo A H1N1. Lo mismo sucedió en varios estados, gente que acababa de regresar del extranjero –principalmente de México y Estados Unidos- trajo la influenza entre sus chivas.

Las cifras se han ido incrementando cada día en esta tierra de estadísticas. Así que para no perder la costumbre, el jueves pasado ya se tenía el calculo que uno de cada cinco australianos -incluyendo a los que estamos en calidad de arrimados- contraería la influenza durante esta época de invierno. O sea, el 20% de la población somos candidatos. Los temores asomaron entonces en las calles. El fin de semana hubo poca gente en el restaurante en el que trabajo y uno que otro ya portaba el famoso tapabocas. Se inició también una campaña televisiva donde se recomendaba lavarse las manos, cubrirse al estornudar, se habilitó una línea telefónica para información general –swine influenza hotline-, incluso se habló de que se suspenderían algunas actividades masivas.

Los medios se han dado vuelo con la noticia. Fotos de personas en cuarentena tras los cristales de su casa aparecen recurrentemente en los periódicos. Las estaciones de radio no dejan de dar cifras y malos augurios de contagios. Hoy lunes Victoria, el estado en el que vivo, era el que presentaba más casos: 306 infectaos, mas de 2 mil por confirmar y 12 escuelas cerradas.

Pero dentro de todo esto, las cosas están tranquilas, el gobierno ha asegurado vacunas para todos y hasta ahora no ha habido muertos. Estamos a la espera del invierno, que dicen las estadísticas, será uno de los más fríos de los últimos años.

PD. foto tomada de http://www.medindia.net/afp/images/Health-flu-Australia-tourism-89273.jpg


martes, 26 de mayo de 2009

¡Y que me gano una beca!

Bueno, ni en mis peores momentos en Australia puedo decir que me fue de la fregada, porque siempre hay algo que me rescata. Y esta vez no fue la excepción. Estaba yo teniendo una rachita medio densa, la crisis de mi papá, la influenza en mi México, la preocupación por buscar un nuevo hogar, soledades, cambios de rutina y un buen de cosas, cuando llegó la carta.

La historia comenzó en febrero. Recién llegué a mi nueva escuela, me puse a buscar una beca. Entonces, un día caminando por el campus vi un anuncio que decía algo así como: Necesitas ayuda para pagar tus estudios durante el 2009? Yo dije, sí. Leí detenidamente los requisitos y pues como que cumplía todos: problemas financieros, ganas de superación, persona motivada, comprometida con su futuro académico, estudiante de tiempo completo, bueno hasta parece que me estaban describiendo. Busqué por todos lados un dato que dijera, estudiantes extranjeros favor de abstenerse y nada. Siendo así, junté los documentos que pedían, que en realidad no era la gran cosa, y apliqué -como siempre, en el último día, al último minuto-.

Pasaron meses y nada. Justo cuando estaba por salir a Uluru me llaman de la Mick Young Scholarship Trust, nombre de la organización que regala dinero a los pobres. Debía ir a una entrevista el jueves y mis vacaciones estaban planeadas para regresar precisamente ese jueves, pero por la noche. De cualquier manera dije que sí, tomé los datos y los arrumbé en el fondo de mi maleta con toda la intención de ignorarlos, pues no me apetecía cortar mis vacaciones. Sin embargo, por azares del destino el regreso se adelantó unas horas, justo las necesarias para llegar, bañarme y estar a tiempo en la cita.

Como ya les conté, durante mi viaje sólo hablé en inglés, entonces como que venía con suficiente entrenamiento para aventarme un buen discurso y convencer a los jueces que yo merecía la beca. Dos mujeres australianas se sentaron frente a mí y empezó el interrogatorio: ¿por qué crees que te la mereces?, cuéntanos de tus logros profesionales, académicos, cuéntanos de tu familia, de tu país, cuéntanos tus planes en Australia, ¿por qué decidiste venirte hasta acá?, bla, bla, bla. Una sonrisa, una cara de tristeza, una gran carcajada en el momento preciso, movimientos de manos y todo el histrionismo que aprendí en el teatro los convenció. Pero no me lo dijeron en ese momento.

Pasó casi un mes cuando enviaron la carta felicitándome por haber sido una de las 10 elegidas entre los cientos de estudiantes que aplicaron. Resulta que la beca es un cheque que te dan una sola vez y el dinero te lo puedes gastar en lo que se te dé la gana. Claro, ellos esperan que ese dinero sea empleado en pagarse un curso, en comprarse una computadora, o cosas por el estilo, pero no estás obligado a nada. Lo único que te piden, es que al final del año escolar escribas cómo es que la beca te ayudó. Quizá tengas que hacer trabajo voluntario de unas cuantas horas en la fundación, pero no más. (Bueno, eso espero).

Mick Young Scholarship Trust fue establecida para honrar la memoria de Mick Young, un ex ministro australiano que murió de leucemia y que gran parte de su vida se dedicó a promover la diversidad y la equidad en la sociedad australiana, bajo la premisa de que la educación es un derecho, no un privilegio y ésta debe ser accesible para todos. Y al menos a mi me lo cumplió. Digo no fue mucha lana, pero se agradece infinitamente.

La ceremonia estuvo muy emotiva, más porque me tocó ir solita a recibir mi premio a la mejor actuación. Pero no iba sola, todos ustedes estaban ahí.

Nosotros los pobres...


Papelito habla

lunes, 11 de mayo de 2009

Mi padre

Sucedió hace poco. Me agarró distraída y así no más llegó el dolor, la tristeza, los pensamientos lejanos, el miedo, las añoranzas, las lágrimas… Hace casi un par de semanas mi padre estuvo en riesgo de tener una embolia. Un coraje lo mandó a la lona y le está costando un poquito reponerse. Hace casi un año sucedió lo mismo con mi madre. Y ahora, como hace un año, me hago la misma pregunta: ¿es aquí donde debo estar?

Y es que para aquellos que no conocen a mi familia he de decirles que me tocó la mejor. Para empezar somos un chorro, de ahí que siempre me guste andar en banda. Pero además somos bien solidarios unos con otros. Si uno se equivoca quizás lo juzgamos, pero nunca le damos la espalda, al contrario buscamos cómo ayudarlo. Y siempre tratamos de avanzar juntos. Porque eso es algo que mi padre siempre me ha dicho, nunca te separes.

De ahí que me pegue tanto esa canción de Rubén Blades, Amor y Control. Cada vez que la escucho no puedo evitar llorar. Así, se me ruedan las lagrimas no’mas. Y pues a la distancia ya se imaginaran. Sin embargo, también esta distancia ha matizado mis impulsos y mis dramas y aunque es difícil estar lejos también sé que esta lejanía no es para siempre.

Ayer vi a mi padre por la cámara web. Llevaba un bastón en una mano y mi hermana lo sostenía del otro lado. Su hablar era pausado y su caminar muy muy lento. Siento mucho no estar cerca de ti Don Laure, pero créeme que mi pensamiento esta mas allá, contigo, que aquí. No te me canses a mitad del camino. Recuerda que siempre debemos estar juntos. Ni uno menos.

miércoles, 29 de abril de 2009

Australia la roja

Nunca imaginé lo que verían mis ojos. Mi plan sólo era visitar Adelaide, la capital de South Australia. Y aunque me habían dicho que no había mucho que ver ahí, mi presupuesto no daba para más. Total, yo lo único que quería era pasar mis vacaciones fuera de Melbourne. Así que llegó el Good Friday y con ello el inicio de mi romance con Australia.

La primera señal de aventura vino cuando por azares del destino nos prestaron un auto del año. Ahí trepados en ese auto con casi nada de kilometraje, como que entraaaba la tentación de irse un poco más lejos. Además, con mi entrenamiento en las excursiones a Oaxtepec yo ya había llenado el auto de madre y media. Como toda buena chilanga, prepare tortas pal´camino, agua de naranja, fruta, una cobija, chamarras, agua pa´lavarse las manos o pa´lo que sirva, bolsas y mas bolsas. El piloto nada más veía cómo se llenaba la cajuela. Ahhh, pero además me preparé con harta música. Claro, no llevé mi grabadora, pero llevé mi mi Ipod de 30GB que cómo nos aliviano toooodas esas horas que pasamos sentadotes en el auto deleitándonos con los paisajes australianos.


En esta parte todos los árboles están del mismo tamaño, como si un gigante con sus grandes tijeras los hubiera podado

El soundtrack del viaje tuvo de todo. Desde Nirvana, Metallica, pasando por Amy Winehouse, hasta llegar a Café Tacuba con Calle 13 y rematar con Frank Sinatra. Ah!! y por supuesto coreamos juntos a Rubén Blades. Mi tarea era mantener despierto al piloto, así que mi ingenio incluyó lecciones rápidas de español, o lo que es mejor, aprenda español cantando.


Después de las primeras 6 horas de manejar hicimos un alto y comenzamos a buscar dónde dormir. Las 10 de la noche, nada, todo cerrado. Los moteles apagados y con letrero de No Vacantes (ya después entendimos que en realidad el letrero era para que no los despertáramos. Pues como en toda provincia, aquí la gente también se duerme tempranito). Ni modo, a seguir buscando. Dos horas más tarde, un desvelado casero nos dio posada.


La primera parada oficial fue antes de llegar a Adelaide, en el famoso Blue Lake, que está casi entrado al estado de South Australia. Chiquito (digo, para ser un lago) pero impresionante con sus colores. Desgraciadamente no pude meterme porque en este país todo lo tienen super cuidado y organizado. Por lo tanto, el agua no es para andarse metiendo a nadar, ésta va directamente al sistema de agua potable de varias ciudades pequeñas. Ni modo, a tomarse aunque sea una fotito.



Ya otra vez en camino vino el primer volado: quedarse en Adelaide, una ciudad bonita, llena de jardines, con poco más de un millón de habitantes, pero al fin y al cabo, pequeñita para mis ojos; o, lanzarse a Uluru.

¿Uluru? ¿Esa piedrotototota que está en el centro de Australia? ¿Esa enooooorme roca que es uno de los monolitos más grandes del mundo con sus 9.4 kilómetros de circunferencia? ¿Estamos hablando del ícono natural más famoso de Australia? Pues sí, señoras y señores, estábamos hablando del mismo y yo, pues no podía negarme a semejante aventura. Así que acepté el reto, sin saber lo que eso significaba. Miramos el mapa… Miramos el mapa otra vez. Vino una risa nerviosa. Llevábamos ya varias horas de viaje, estábamos en Adelaide y aún nos faltaban como mil 500 kilómetros! (Gracias Dios, nunca tuve conciencia de lo que significaban mil 500 kilómetros. De haberla tenido tal vez no estuviera escribiendo esto).

El piloto miró al copiloto y le preguntó: ¿aguantas? Va, respondió ella. Cargamos gasolina, compramos agua, galletas, cigarros, chicles, pasamos por las hamburguesas camineras y a darle al acelerador. 5 horas más tarde estábamos muy, muy lejos. En Port Augusta, para ser más precisos. (No hay fotitos de esta parada porque todo estaba cerrado y oscuro)


Los cielos australianos son la neta


Como la gasolina era lo único que nos detenía nos paramos a preguntar cuál era el siguiente poblado y los lugareños nos dijeron que era muy peligroso manejar de noche, la carretera estaba repleta de canguros. Nadie manejaba a esas horas. Ni modo, un poco desanimados buscamos dónde pasar la noche.

Sólo dormimos unas cuantas horas, nos echamos el cafecito mañanero y a darle. Los paisajes que miré son simplemente indescriptibles. Ahí empezaba el desierto australiano, y los ojos no me alcanzaban para mirarlo todo. Y es que en verdad era como un viajesooooote. Los colores del cielo australiano son simplemente increíbles. No sé si es mi imaginación pero el cielo de Australia es diferente; es claro, ligero, azul-azul, es el más bonito que conozco.


Después de varias horas paramos en Coober Pedy, un pueblo en el corazón de South Australia. La principal actividad de este lugar son las minas de Opal y el otro atractivo es que algunas de las casas están construidas bajo tierra, o sea, en una especie de minas. No pudimos ver muchas cosas pues Uluru aún estaba a varias horas de camino, casi 700 kilómetros.

Nunca había pasado tantas horas sentada en un auto. La plática iba desde tonterías a cosas profundas, pasando por historias de nuestros países, recuerdos de infancia, netas y mentiras, hasta llegar a los más cómodos silencios, que se rompían por un comentario que desataba otra vez la conversación. Así, llegamos a Northern Territory, the red centre.

Llegó la noche y con ella los canguros. Canguros chiquitos, medianos y enormes saltando por todos lados. Nadie tenía permiso de dormir. Había que poner toda la atención en la carretera, pues los canguros saltaban en el momento menos esperado. Afortunadamente mi piloto es muy, muy bueno y nunca atropelló a ninguno, aunque no nos salvamos de uno que otro amarrón. Resulta que los canguros duermen de día, y de noche les da por salir a saltar. Pero a los muy canijos les encanta saltar en la carretera en cuanto ven las luces. Lo que al principio me tenía maravillada, dos horas después ya me había fastidiado. Como a las 3 de la mañana me quedé dormida y desperté muy cerca de Uluru.



En medio del desierto, bajo un sol de casi 40 grados, sobre una tierra roja, allá, a lo lejos se asomaba Uluru (Ayers rock). La zona pertenece a los Anangu, aborígenes australianos que han vivido en esta área al menos los últimos 30 mil años. Para los Anangu, Uluru es una piedra sagrada con su casi medio kilómetro de altura sobre el nivel de la tierra y sus casi 6 kilómetros debajo de la superficie. Recorrerla significa caminar 9 kilómetros y escalarla significa que tienes mucha fe en tu salud.


Y pues ahí voy. Al principio no quería escalarla, la piedra está muy lisa, no hay de dónde agarrarse y además está muy vertical. Y si a eso le sumamos que no teníamos nada preparado para escalar, el calor llegaba casi a los 40 grados, las moscas se daban vuelo posándose en mi cara y ni un chorrito de agua que tomar, pues… Pero a petición del público escalé hasta la cima. Llegar ahí simplemente me llenó de vida.



Esta es la prueba de que llegué


La bajada, ya fue lo de menos. Las vistas fueron simplemente impresionantes. Después de eso, qué más podía pedir. Pues sí, pedí algo, un refugio, antes de desmayarme por la sed y el calor.

Cumplida la misión del viaje y después de más de 2 mil kilómetros, todavía teníamos mucha pila, así que a buscar la siguiente parada. Kings Canyon, se asomó en el mapa, total sólo estaba a 3 horas.

Desgraciadamente no pudimos ver el atardecer, pues unos camellos se nos atravesaron en el camino y nos perdimos el espectáculo que dura un instante.


Este par estaba muy echadote en medio de la carretera!!

Ya con más calma nos instalamos cerca de ahí, cenamos como Dios manda, un bañito y a dormir, pues la jornada del día siguiente requería mucha energía. Y así fue, era martes y teníamos compromisos en Melbourne para el jueves, así que a gastarse lo que quedaba de pila.

Kings Canyon es simplemente rojo. Piedras cortadas por la naturaleza que muestran unos colores increíbles. La caminata fue de apenas 6 kilómetros e incluyó un chapuzón en un claro de agua que está en el corazón de las piedras. Nuevamente mis dotes de chilanga que pasó sus vacaciones en los balnearios de Morelos salieron a relucir, y ante la falta de traje de baño me metí con muy poquita ropa. No me podía perder ese momento.



Ahí si ya perdí todo el estilo

Una vez refrescados comenzó el descenso y con ello el regreso. La primera jornada fue de casi 14 horas manejando. Ya hasta alucinábamos que la luz que veíamos eran las luces de Coober Pedy, cuando en realidad era el reflejo de la luna. Los canguros nos traían azotados. Pero aun así sobrevivimos con mi música, con más historias y más secretos que nos confesamos mientras nos atascábamos de galletas de chispas de chocolate.

El piloto tenía que dormir. La copilota, ya estaba diciendo incoherencias, así que paramos a la orilla del camino y a dormir unas horas. De nuevo en camino nos aventamos una larga jornada de 17 horas manejando, sólo paramos un momento en la despreciada Adelaide para comer y echar siesta de una hora.

Después de 5 mil 250 kilómetros recorridos terminó el viaje, terminaron muchas cosas. A cambio, inicié un idilio conmigo misma y con Australia.