lunes, 29 de septiembre de 2008

Ingenio Mexicano

Siempre que me pasa algo diferente, divertido, triste, encabronante, alucinante, maravilloso… en fin algo que me hace sentir viva, inmediatamente pienso: “lo voy a escribir en el blog”... Pero las horas pasan, los días vienen y van y yo nomas no me siento a teclear. Se han quedado pendientes un chorro de anécdotas, la lista en mi libretita de apuntes es enoooorme. Entonces hoy decidí que la única manera de irle bajando a mis pendientes reporteriles era escribir casi de inmediato las cosas. Así que aquí les cuento una más.

El ingenio de la mexicana

No sé si ya les había dado el dato de que además de mis cuates Priscilla y Luke, en la casa habitan dos mascotas, Guinness (perra) y Tippy (perro). Ellos son tranquilitos, se la pasan durmiendo gran parte del día y son muy obedientes (iguaaaliiiitos que mi Fiona). Bueno, el caso es que ahorita que ando sin escuela (recuerden que estoy de semi-vacaciones) retomé lo de hacer ejercicio por las mañanas, al tiempo que busco una nueva chamba y trato de poner orden en mi vida académica. Entonces, como parte de mis quehaceres domésticos se me encomendó la misión de sacar a pasear a los perros y a veces me los llevo a correr. Todo muy bien, unos cuantos kilómetros corriendo (jajajaja, como dos, mi condición ya no es la de hace un año), unos cuantos caminando y ya.


Tippy & Guinness
(si, si ya se que el perro es mas pequeño que la perra, pero pues asi es)

Una mañana estaba corriendo cuando me di cuenta que ¡se me había olvidado la llave! ¡No tenía cómo entrar a mi casa! ¿Y ahora? -pensé-. No me puedo quedar afuera hasta la tarde, tengo que bañarme, ir a trabajar, hacer algunas cosas en Internet… ¿qué hago? Pues ahí me tienen, como buena chilanga (que a todo le encuentra solución) intenté abrir la puerta con un pasador, con una tarjeta, con una patada (jajajaja, no es cierto, estoy exagerando… pero sí la empujé), y nada. Entonces me metí por la cochera. ¡Uf!, al menos ya estaba en el patio, pero ¡oh sorpresa!, la puerta trasera de la casa estaba cerrada con seguro; además, todas las ventanas están selladas con mosquiteros y son imposibles de quitar, así que no tenía opción. El panorama era esperar como seis horas sentadota en el jardín trasero pues no tenía dinero, ni boleto del tren, ni celular… ¡todo estaba adentro de la casa! Ahhhhh no, yo no me quedo aquí me dije y que me le quedo viendo a la puertita de los perros.

Esta es la puertita, cheque usted el tamaño del perro y el de la puerta.
Ahora imagine mi esbelto cuerpecito tratando de entrar ahi!!

Silvia 1: ¿Cabré?

Silvia 2: Esta muy chiquita

Silvia 3: Inténtalo

Silvia 1: Pues a ver qué pasa

Silvia 2: Uyyy creo que alguien tiene que bajar de peso

Silvia 3: ¡Cállate y empujaaaaaa!

Silvia 1: Oh, oh creo que ya me atoré

Silvia 2: No pues la cadera pasa como sea, pero lo demaaaaas. Recuerda, es una puerta para perros.

Silvia 3: Híjole, creo que ahora si ya se chingo la cosa y ni a quien llamar.

Silvia 2: Jajajajaja ahora si a esperar seis horas aquí atoradas, jajajajaja.

Silvia 1: Ni madres, si entré tengo que salir. ¡Chin! ya me arañé un brazo.

Silvia 3: Ahí va… Ahí va… listo!!!!

Silvia 1: ¡Ufff! por un momento pensé que me quedaría ahí todo el día. ¿Y ahora?

Silvia 2: A ver, intenta al revés. Es decir, mete el torso primero.

Silvia 3: Ustedes no entienden, nos vamos a quedar atoradas otra vez y a ver cómo le hacemos.

Silvia 1: Pues no hay de otra más que intentarlo, porque además ya me anda del baño.

Silvia 2: mmmta

Silvia 3: Pues a darle. ¡Guinness sácate por allá deja de estarme lamiendo la cara!!!!

Silvia 1: Auch, mi cadera, mi cadera,

Silvia 2: ¿Alcanzas la chapa?

Silvia 1: Siiiiiiii… no que no tronabas pistolita!!!!!

"Puerta para perros y para mexicanas que olvidan su llave"

Y pues ya. Entre a mi casa, fui al baño y me mié de la risa.

Aqui Guinness haciendo una demostracion de la puerta.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Qué lejos estoy del suelo donde he nacido...!!!!

Ahora sí que me agarraron sin banderita. Ya se viene el 15 de septiembre y yo de mensa que no me traje ni una chiquita y la verdad sí se siente un poquito feo. Bueno, pues pa’no quedarme sin festejo de fiestas patrias y a falta de un pozolaso, colgaré aquí mi bandera para no sentirme tan marginada.


Ahora sí siento la diferencia de cómo se vive un septiembre fuera de mi país. Acá en Melbourne, como hay gente de todas partes del mundo pues como que las fiestas nacionales de cada uno pasan sin pena ni gloria. Yo ando contactando a los mexicanos a ver qué vamos hacer, pero como cae en lunes no hay mucha oportunidad de juntarnos. The Mexican Association of Victoria (que es el estado en el que vivo) está organizando una cena para el viernes 19, dicen que se pone bien, pero claro hay que aflojar 65 dólares. Yo lo único que espero es que el pozole que prometen este rico o ya de perdida que se pongan guapos con unas buenas quesadillas de sesos.

Bueno aunque sea aquí pondré mi bandera. Ya por adelantado me comí unos tacos en otro restaurante donde trabajo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

De cómo sobrevivo en Melbourne…

Ya estoy aquí una vez más. Si, si, ya sé que me paso, que me ausento sin permiso, que a más de uno lo tengo con el Jesús en la boca. Pero pues que quieren, soy una desordenada de primera y si a eso le sumamos que aquí cada día aumentan mis actividades, pues no más no me logro poner al corriente con mis deberes. Bueno, nada más de rapidito les cuento que ya termine todos mis cursos de inglés y ahora estoy viendo a ver qué me invento para andar más tiempo por acá… igual y en una de esas hasta aplico por la residencia australiana. En fin, menos excusas y más historias.

Sobreviviendo en Melbourne

Señor, señora, señorita, chamacos… alguna vez se han preguntado cómo sobrevive la Sylvana en Melbourne? No, no me saqué la lotería. Tampoco le he entrado al negocio de la señora Blanca -aunque ganas no me han faltado-. No, no, no, tampoco vendo zapatos o pozole. Adivinen… soy mesera, cleaner y locutora!!!!!!

Ja, ja, ja,ja. Así como lo escucho. Todo comenzó en febrero. Durante mis primeras vacaciones lo primero que hice fue ponerme a buscar trabajo, pues un mes fue suficiente para bajarle más de la mitad a mis ahorros y las proyecciones de que estos me durarían al menos tres meses pronto se redujeron a mes y medio. Así que a trabajar. (En mi siguiente post –que prometo será pronto- les contaré la verdadera vocación de los latinos).

Días y días caminando, pidiendo trabajo con un inglés bien limitado y bajo una temperatura de 38 grados en promedio -en esa época por acá era verano- fue mi escenario esa semana. El ultimo día, visite como 20 restaurantes y cuando me disponía a regresar a mi casa sonó mi celular y una persona en inglés me pedía que regresara al restaurante que había visitado ese día pues tenía algo de trabajo para mí. Aja, pensé, cuál de todos, he visitado como 20. Le pregunté cual y me dio el nombre y la dirección, pero yo no entendí un carajo!!!! Ay no puede ser. Como siempre un milagro sucedió. La mujer hablaba un poquito de español y con mi poquito de inglés logramos entendernos. Rápidamente regrese al sitio y de ahí no me han sacado en 7 meses.


Que tal con el modelito!!!!

El restaurante se llama Churrisimo. Es un restaurante familiar, pero con mucho estilo, es decir, no es una fonda o una lonchería -con todo el respeto que me merecen esos lugares que en México cómo me sacaban de apuros los días que no cocinaba, o sea casi diario-. Los dueños de Churrisimo son una pareja de españoles que llegaron aquí cuando tenían 5 o 6 años, o sea casi casi son australianos. Ella habla muy, muy, poco español, él un poco más, pero siempre nos comunicamos en inglés, ya si de plano me ven muy mensa en algo, pues ya me lo piden en español. El restaurante, como han de adivinar, es de comida española: tapas, churros y chocolate es la especialidad de la casa y pues ahí gasto mis fines de semana, entre tortillas españolas, churros y una maquinita de café que me ha hecho una experta en café latte, cappuccino, macchiato, express y hot chocolate.


Cafe o chocolate?

Al principio no les entendía un carajo a los clientes. Imagínense la escena. Entra una australiana con cara de poco amigos y apenas si abre la boca para ordenarme un café. “I wanna a latte, wake, skinny, no sugar, decaf, extra hot” (o sea algo así como agua de calcetín bien caliente). Todo esto con un acento australiano de esos que no se les entiendes un carajo. Por supuesto, me tarde mas en adivinar y escribir lo que quería, que en hacer el café. Y bueno, como esas muchas escenas.

En el restaurante tenemos muchos personajes -ay como me recuerdo a Amelie (jajaja, ya se, ya se, quiten esa cara)-.Tenemos por ejemplo a la mujer que acaba de tener un bebe, entonces no se si ya era quisquillosa o está así por su reciente maternidad. Bueno, el caso es que todas las mañanas pasa por su strong, flat white, no sugar -ah y cuidadito y no le ponga la cantidad exacta de café porque me reporta con mi jefa-. A pesar de eso es adorable cuando llega y con tan sólo una sonrisa me hace la seña de “ya sabes lo que quiero”, entonces con la misma sonrisa le preparo su café pa’ que se vaya pronto.

Ah, pero también tenemos al chavito que se pasa las horas comiendo ordenes de churros, sentado enfrente de mí, nomas mirando el panorama. Al principio me sacaba de onda, porque llegaba a estar sentado frente a mí hasta tres horas, pero ahora ya hasta platicamos de vez en cuando y hasta conozco a sus papás. (No, no piensen más allá, ese no es el bueno. Tampoco es un ruquito griego que se la pasa diciéndome que estoy bien bonita y hasta me lleva flores).

Tenemos también a otro cliente que tooodos los domingos va a desayunar, se quita los zapatos, se pone cómodo, se pone a leer y después de media hora ordena su desayuno. Siempre come lo mismo y se queda ahí sentado las horas.


Aqui con un amigo mexicano que me fue a visitar al trabajo

Y acompañando (o más bien dicho, sirviendo) a todos estos personajes esta la mesera mexicana que a más de uno causa sorpresa cuando le preguntan: Where are you from? I’m from México. Las caras de sorpresa y preguntas sobre el tequila, las tortillas, la violencia en la Ciudad de México, Cancún y demás referencias que el mundo tiene de México la convierten por un momento en la mesera más exótica.

Bueno, como verán hay miles de cosas que contar…pronto les contaré la historia de “Toda Latinoamérica unida por una Australia limpia”.

sábado, 26 de abril de 2008

Cooorreee, Sylvana cooorreee!!!!

Bueno, creo que hasta ahora sólo les he contado el lado bueno de este viaje. Pero no crean que todo es miel sobre hojuelas. He tenido mis malos ratos, sí como no. Que digo malos ratos, malas horas… y para ser sinceros esto me sucede casi diario. En realidad, ooodioooo el transporte de Melbourne.

Resulta que los habitantes en Melbourne tienen básicamente cuatro opciones para transportarse:

Tren

con sus más de 15 rutas.
Tram
Viajar en tram tiene su encanto.

Bus

Así de bonitos están los camiones por dentro, con aire acondicionado y toda la cosa.

Y el auto. Por supuesto, para una mexicana recién llegada y con poco presupuesto el carro simplemente no es opción. A cambio de esto, mis dos piernitas se han convertido en mi mejor medio de transporte.

Como ya les había contado, Melbourne no es una ciudad muy grande que digamos. Más de 81 mil habitantes no son nada comparados con los veinte millones de chilangos que día a día nos amontonamos en el metro, en los micros, en el metrobus y en los trolebuses. A pesar de esta gran diferencia, puedo decir orgullosamente que el transporte en la Ciudad de México es veinte millones de veces mejor que el de Melbourne.

Para empezar, Melbourne está dividido en zona 1 y 2. La ciudad es zona 1 y donde está mi universidad es zona 2. Lo cual significa que necesito dos boletos para transportarme. Por suerte mi casa está en el límite de la zona 1, lo cual me da chance de acercarme a la zona 2 casi sin problemas. Pero cuidaaado si quiero ir más allá…

Yo puedo comprar un boleto por viaje, por día, por semana, o por mes. Esta última es la mejor opción. Claro, si tomamos en cuenta que toooodo por acá es carísimo, pagar $104 dólares mensuales es una ganga. Así como lo leyó mi querido lector, $104 dólares!!!!! (algo así como mil pesos mexicanos). Y si me tocara comprar zona 1 y 2 tendría que pagar $170 dólares mensuales!!! Pinche asalto a la australiana!!!!


Pinches boletitos. Uy y no les cuento la que se arma si se te llega a perder!!!

Bueno, al menos sólo necesito zona 1. Hasta ahí la cosa no está tan mal. Pero cuando pierdes el camión y te toca caminar en promedio una hora, a una temperatura de 40 grados, se la refrescas a quien puedes cada vez que miras tu boleto de $104 dólares.

Esa es mi cruz de cada día. Caminar, caminar, caminar. Porque como buena chilanga, todos los días estoy retrasada.


A poco no me veo más flaca de tanto caminar? jajajaja

El ritual del transporte por acá es el siguiente. Amanece, abres tus ojitos y antes de pensar en lo que tienes que hacer, en qué ropa te vas a poner, incluso antes de lavarte los dientes, tienes que mirar el horario del tren o del autobús, según toque ese día. Dependiendo de la hora en que pase tu transporte es que puedes o no puedes tomarte tu tiempo. Siempre tienes que procurar estar 10 minutos antes, porque uno nunca sabe… Pero pues yo, después de cuatro meses, nomás no he podido adoptar esas costumbres inglesas. En consecuencia, siempre salgo de mi casa con una pestaña con rimel y la otra no, con los zapatos a medio poner, con miles de cosas en las manos, despidiéndome de mis amigos a gritos y corriendo.


Desgraciadamente llego a la estación y miro el timetable (horario del transporte) y mieeeeerda otra vez me dejó!! Ahí empieza mi día… a caminar.


Este es el dichoso timetable del bus.
Al salir de la escuela no hay mucha diferencia. Mi popularidad se puede medir con la media hora que tardo en salir de mi salón, saludar a medio mundo y llegar a la estación del bus que está como a diez pasos de mi escuela. Ahí viene la otra parte de la historia.

Creo que no les había contado: ya tengo trabajo!!! Esto significa que todos los días voy a la ciudad. Diario tomo el bus de las 4:45 p.m. Una vez que estoy arriba debo prepararme psicológicamente para correr, pues el bus llega a la estación de tren a las 5 p.m. y el tren pasa a la 5:02. Sin embargo, casi diario el bus se retraza uno o dos minutos lo que se traduce en: “coooooorree the train is coming!!!!!!”

Es chistosísimo como todos los días los latinos salimos disparados del bus, abriéndonos paso entre la gente y gritando páralo!!! páralo!!! corre!!! corre!!!

Uffff!!! una vez arriba todo es felicidad, estaremos en tiempo en el trabajo.

Flinders station es algo así como la terminal del tren en la ciudad. A poco no está bien nice?


La escena se repite al final de la jornada. Yo termino de trabajar a las 8:30pm y a las 8:38 pasa mi tren. Si no tomo ese tren debo esperar una hora. Dígame si es justo pagar $104 dólares para esperar una hora. Pues nooooo… Así que dando las 8:30 yo avieeento mis cositas del trabajo, agarro mi bolsa y a correr otra vez como ratero de Tepito cuatro cuadras en cinco minutos…

Bueno, al menos mis $104 dólares sirven para tener bonitas estaciones de tren,
como ésta que es en la que diario me trepo de regreso a mi casa.

Uff!!! Una vez que estoy dentro del tren una sonrisa se dibuja en mi cara. Lo hice. Llegaré temprano a mi casa.
La Julia (con sus 18 cambios) y yo en el tren. (Chequen mi casco, aqui es obligatorio)

PD. Esta historia tiene sus matices cuando “Julia” mi bici, me acompaña. Pero eso se los contaré en otro post.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Una vida a cuatro manos

Es verdad que nadie escoge la familia, ni la raza, ni el lugar donde ha de nacer. Muchas de las cosas que tenemos nos son dadas de facto. A pesar de eso, a veces la vida nos da algunos chances de escoger o ser escogidos -o al menos así lo creemos-. Sin embargo, no sabemos la dimensión de lo que esta elección significa hasta que han pasado varios episodios.

Algo así les sucedió a esta pareja. Ella, de apenas 16 años, con 9 hermanos que atender y una diminuta cintura, conoció a él, un joven provinciano a punto de graduarse como ingeniero textil, con apenas unos cuantos pesos en la bolsa, pero eso si muy galán con su bigote a lo Pedro Infante. Seguramente -no tengo la información exacta- se vieron por primera vez en aquella vecindad de la calle de Bolívar, en pleno centro histórico de la Ciudad de México, donde ella vivía con sus padres. Seguramente también, él le sonrió y ella le correspondió. Y es posible que a esto le siguieran los piropos, las invitaciones a salir, los “no puedo porque mis hermanos se enojan”, y alguno que otro diminuto regalo -recordemos que él no tenía mucho dinero y ella, en un cuarto tan pequeño como en el que vivía, no tenía muchas posibilidades de ocultar los presentes-.

El primer síntoma de que esta historia de miradas, caricias clandestinas y besos a escondidas continuaría fue precisamente cuando ella tuvo los primeros síntomas de un embarazo. Ese fue el primer gran giro de esta vida compartida.

Y cual chamacos en una feria popular, este par se trepó a uno de los juegos más peligrosos, el de la vida; y juntos, tomando con una mano al otro y con la otra asiéndose de donde podían, apretaron los ojos y se dejaron llevar.

Seguramente no sabían qué hacían ahí, hacia dónde iban, cuándo iba a dejar de dar vueltas la rueda “de la fortuna” (?). La única certeza que tenían era la compañía del otro en aquello que no sabían qué era.

Poco a poco estos dos se acostumbraron a la vorágine de cosas que vendrían. Primero la escasez de dinero, el anuncio de otro hijo por venir y la temprana muerte del pequeño. A esto le siguió más escasez de dinero y por supuesto otro hijo. Y como si los hijos fueran un conjuro contra la pobreza, este par se dedicó por casi 17 años a tener hijos y a trabajar codo a codo, casi sin descanso.

Luego de casi 25 años juntos su apuesta fue ganada. El saldo indicaba 7 hijos, una mejor situación económica, una casa en plena construcción -ya no más rentas de cuartos en vecindades-, y unos muchos sinsabores; que a decir verdad, era lo que más le había dado sabor al caldo.


Tentaciones de abandonar esta historia de dos, hubo muchas. Fastidios, enojos, rabietas, insultos, platos rotos -como diría el Sabina-, hubo más. Pero también hubo solidaridad, compañía, atenciones, respeto por el esfuerzo del otro, reconocimiento al trabajo ajeno, cariño, ternura, uno que otro beso en los aniversarios y, seguramente en la intimidad muchas veces fue expresada la palabra “gracias”.

Los hijos crecieron y la historia se fue asentando. La gran cosecha comenzó cuando vieron a sus hijos convertirse en médico, contador, financiero, enfermera e internacionalista, sociólogo, comunicóloga y a su xocoyotl (el hijo o hija más pequeño en Náhuatl) terminar la carrera de periodismo.

Necesitaron mucho tiempo para ver esto. Desafortunadamente esta cosecha tardó lo suficiente como para que llegara también la vejez y con ella los achaques y enfermedades que poco a poco han ido minando su calidad de vida. Aun con todo eso, ella cada día se levanta temprano para prepararle un café a él antes de que se vaya al campo a ver la siembra o a hacer la fila para cobrar su pensión.

50 años después siguen discutiendo sobre los hábitos de sueño del otro; sobre qué ropa debe usar él en determinadas ocasiones; acerca de la manera de discutir de ella; sobre las obligaciones y responsabilidades del otro, y mil tonterías más. Es cierto que tal vez ya no hay fervores, pero sí una tremenda necesidad del otro.

En estos días mis padres cumplen 50 marzos de vida en común. Algunos le llaman Bodas de Oro, yo prefiero llamarle una vida a cuatro manos.

Mi gran tesoro

lunes, 3 de marzo de 2008

ฉันรักเมลเบริ์น (Me encanta Melbourne, en tailandés)

Dos meses ya y nada que logro una conexión permanente. En verdad es frustrante no tener acceso a la tecnología y en consecuencia, estar ausente de los demás.

Este silencio obligado, como muchas otras cosas, tiene un origen monetario. Por acá el Internet es estúpidamente caro. Nomás échenle cuentas: de 4 a 6 dólares la hora. Y pues como comprenderán primero tengo que comer. Lo cierto es que he encontrado algunas opciones como las bibliotecas públicas, los salones de cómputo de mi escuela, y el lobby del edificio en el que vivo, desde donde ahora mismo escribo. Pero aun así no logro ponerme al día. Y si a eso le añadimos que muchas páginas, entre ellas los blogs, están bloqueadas… pues sale la misma gata nada más que revolcada.

En fin, basta de excusas, porque a pesar del Internet, la comida y del transporte tan caro, y de las moscas mas tercas del mundo, Melbourne es ADORABLE.

Un domingo por Melbourne. La Sylvana y su amiga Ann, de Tailandia

Una de las cosas que más me gusta de vivir aquí es la diversidad cultural. Creo que ya lo había dicho antes, pero en verdad estoy impresionada. Si no, nada más echen un ojo a las actividades culturales de los fines de semana en Melbourne.

Desde que arribé a estas lejanas tierras mi conocimiento sobre otras culturas se ha enriquecido bastante. Bueno, con decirles que ya distingo entre un chino, un vietnamita, un coreano, un japonés y un tailandés. A pesar de que todos ellos tienen los ojos jalados cada uno tiene rasgos muy característicos.

Por ejemplo, yo vivo con dos tailandeses y seguido tenemos visita de esta raza en el departamento. Su idioma tiene un ritmo y sonidos especiales, como que cantan. Al menos su sonido no es desagradable como el de los vietnamitas que es súper agudo, por lo mismo no los tolero más de dos minutos junto a mí.

Una foto desde el piso 21 en Lonsdale street, Melbourne


Si me asomo a la ventana de mi depa puedo ver el edificio del Parlamento

Es muy chistoso. Sí en el elevador me tocan puros asiáticos, como es costumbre, yo puedo distinguir casi casi sin equivocarme de qué país son con sólo escucharlos. Ahí no más!!!!

Justo este fin de semana se celebró el festival tailandés en Melbourne, con motivo del año nuevo (aunque en realidad en Tailandia éste es hasta abril). Y miren nada más lo que nos prepararon a los que vivimos por acá.

Buda en Melbourne

Danzas tailandesas

Guerrero thai

Algo así come el rey de Tailandia todos los días

La semana pasada los japoneses hicieron de las suyas durante el Osaka festival.

Kimonos y que'monas

(Por cierto, recién se publicó en The Age, uno de los principales diarios de Australia, que una “Melburnian” fue aceptada en el mundo de las geishas, al cual sólo podían acceder las japonesas.)

Y los chinos no se quedan atrás. Justo el mes pasado celebraron el año de la rata e invadieron la ciudad con sus dragones, su dinamita y por supuesto su comida, que a decir verdad cada vez me resulta más familiar.
El barrio chino está apenas a una calle de mi departamento.


La dinamita de los chinos se escuchó por tres días seguidos


Los dragones se apropiaron de las calles todo el día

Y a pesar de que muchos de los australianos son una mezcla de varias culturas, también tienen su corazoncito patriotero que sale de paseo durante el Australia’s day. (Estas fotitos se las debo, porque, por si no fuera suficiente con no tener Internet, la burra de la Sylvana borró por error varias fotos).

Por acá sigo pues…

Mientras les regalo esta vista de la ciudad de Melbourne. (Yo la tomé con mi pequeña camarita)


lunes, 11 de febrero de 2008

Mis primeros anfitriones

Todas las posibilidades estaban abiertas. Me podía tocar cualquiera. Afortunadamente, entre los casi 20 millones de australianos yo me encontré a este par: Priscilla y Luke, mis primeros anfitriones.



Y díganme si no es tener buena estrella: tienen más o menos mi edad, 29 y 30 años -dije más o menos eh-, dos perros, les gusta el cine, leer y tenemos bastantes temas en común -claro, ellos en inglés y yo en español-. Bueno, con decirles que ya armaron un grupo para que les enseñe a bailar salsa.






Estas fotos son del cumpleaños de la mamá de Priscilla, quien al no recordar mi nombre se le hizo fácil bautizarme como Tequila, jajajajaja...
Los primeros días fueron un poco difíciles. No les entendía un carajo y lo único que contestaba era: yes, yes. Pero la verdad es los aussies (así se hacen llamar algunos australianos) en general son muy pacientes, y Priscilla en particular es aún más, se detiene a explicarme cada cosa con manzanitas, hace mil gestos, sonidos y demás hasta que le entiendo.
El inglés de los australianos es bastante diferente al de los gabachos, es más parecido al del los ingleses, pero con un ligero cambio de acento. Además, por acá hay un choooorro de inmigrantes (según las estadísticas a Australia llegan personas de aproximadamente 200 países y Melbourne es una de las ciudades con mayor intercambio cultural). Así que si quiero comprar algo en una tienda probablemente hablaré con un chino, un coreano, un tailandés o un vietnamita. Si quiero tomar un taxi seguramente el conductor será indio -de la India-. Si voy por la ciudad muchos establecimientos son de japoneses, turcos, italianos, franceses, ingleses, alemanes y ahora mismo están llegando un buen de árabes con el Corán (el libro sagrado del Islam) bajo el brazo.
El Yarra River atraviesa la ciudad de Melbourne

Así que por variedad acá no paro. En verdad Melbourne es una ciudad harto cosmopolita, pero un poco pequeña para mí. Apenas 4 millones de personas; por lo que es frecuente encontrarse a alguien camino a casa -y eso que sólo llevo un mes!!-.
Pero bueno, sigamos con mis anfitriones. Ellos viven en los suburbios de Melbourne -como a una hora de la ciudad-, muy muy cerca de La Trobe -la universidad en la que estudio-.

Mi primera recamara
Desafortunadamente en esta zona, como en muchas otras, no pasa nada, bueno ni los camiones. No hay tiendas cerca, nadie se mueve, el centro comercial más cercano queda como a una hora caminando -para mí, porque acá la mayoría tiene auto y nadie anda a patín-. Y para acabarla de amolar casi todos los establecimientos cierran a las 5pm. Ya ni les cuento lo que puede pasar si un día se pierden por estas calles, ni a quien preguntarle, todas son como éstas.


La casa de Priscilla y Luke




Así que ya imaginaran mi desconcierto los primeros días, pero nada más agarré confianza y me pelé para la ciudad. A donde ahora vivo.




domingo, 27 de enero de 2008

Un día en el limbo

El pronóstico del tiempo era bueno. En una mano, un boleto de avión con un destino muy muy lejano; en la otra, una maleta llena de esperanzas, miedos, expectativas, deseos y mucho entusiasmo.

Así despedí el 2007. Apenas si me dio tiempo para hacer un par de maletas, finiquitar mis pendientes, deshacerme del equipaje extra y despedirme de mi familia. Había que estar en el aeropuerto de la Ciudad de México a las 4:30 pm del 31 de diciembre. Llamadas de último momento, exigencias de despedidas, olvidos, recados, pendientes, prisas, disculpas, abrazos, besos, bendiciones, buenas y malas vibras, aahhggrrr. Todo paró cuando la mujer rubia del mostrador pidió a los pasajeros del vuelo AU0816 de United Air Lines abordar el avión rumbo a Los Angeles, California.
Una vez en la ciudad de la Chilangelina me informaron (en inglés verdad) que debía recoger mis maletas y caminar algo así como 15-20 minutos para cambiar de sala, pero sólo tenía 35 minutos de margen, así que no podía equivocarme mucho. Caminé lo más rápido que pude, busqué la dichosa sala y oh! sorpresa, mi vuelo estaba retrazado una hora.

Bueno, a esperar. Caras de fastidio era mi panorama en ese momento, justo una hora y media antes de iniciar el 2008. Para mi fortuna, el tiempo transcurrió rápido y 20 minutos antes de la media noche me estaba trepando a un avión como éste. (Yo, en el asiento 32H, en el pasillo)



Mis expectativas sobre cómo sería un recibir un nuevo año en el avión fueron muy elevadas. Apenas si el capitán mencionó un “Happy New Year”, uno que otro pasajero se reacomodó en su asiento y pa’pronto las luces se apagaron. No volví a saber nada del asunto. Cuando desperté era porque una de las azafatas empezaba a recorrer los pasillos ofreciendo (pues en realidad no sé si la cena o el desayuno, ahí empezó mi confusión con el tiempo), bueno algo para comer. Mi reloj marcaba una hora, en la pantalla del avión aparecía otra y mis cuentas no cuadraban.

Una cena pinche!

Después de dos películas, dos siestas (una de ellas de 7 horas), una caminata por los pasillos del avión, varias páginas del libro que mi amiga Silvia me regaló, tres comidas y una que otra ida al baño, la pantalla anunciaba: -50 de temperatura exterior; 38 000 feet; 901 km/h, volando sobre Honolulu; 16 horas de vuelo, arribando a Tasmania Sea. En el mapa ya se asomaba Tokio y una hora más tarde pude leer Sydney y Melbourne.

Llegué a Sydney el 2 de enero a las 10 am, molida pero emocionada. Jajajaja pero ese sentimiento me duró poco, pues al pasar por la aduana me detuvieron. “Tenemos que revisar su equipaje”. Ok (dije muy segura), “Trae algún líquido en su maleta de mano?” No, nada. “Ábrala por favor”. Seguro. ¡Ohhhh nooooo! traía mi crema cariiiiiisiiiima de Victoria’s Secrets. Era otro regalo de mi amiga Silvia. Y pues nada, pa’pronto me la quitaron y la echaron a la basura. (Seguro que la pinche vieja que me la quitó en cuanto me di la vuelta se echó un clavado en el bote).



Así se ve Sydney desde arriba


Sin mi crema cariiiisiiiima tomé el siguiente avión rumbo a Melbourne, mi destino final. Al cual llegué una hora y media después con un par de maletas, sin mi crema cariiiiiisiiiiiiima y una dirección en la mano de una familia que no conocía. La estrategia fue alzar mi manita, mostrar el papel al taxista y confiar.