domingo, 27 de enero de 2008

Un día en el limbo

El pronóstico del tiempo era bueno. En una mano, un boleto de avión con un destino muy muy lejano; en la otra, una maleta llena de esperanzas, miedos, expectativas, deseos y mucho entusiasmo.

Así despedí el 2007. Apenas si me dio tiempo para hacer un par de maletas, finiquitar mis pendientes, deshacerme del equipaje extra y despedirme de mi familia. Había que estar en el aeropuerto de la Ciudad de México a las 4:30 pm del 31 de diciembre. Llamadas de último momento, exigencias de despedidas, olvidos, recados, pendientes, prisas, disculpas, abrazos, besos, bendiciones, buenas y malas vibras, aahhggrrr. Todo paró cuando la mujer rubia del mostrador pidió a los pasajeros del vuelo AU0816 de United Air Lines abordar el avión rumbo a Los Angeles, California.
Una vez en la ciudad de la Chilangelina me informaron (en inglés verdad) que debía recoger mis maletas y caminar algo así como 15-20 minutos para cambiar de sala, pero sólo tenía 35 minutos de margen, así que no podía equivocarme mucho. Caminé lo más rápido que pude, busqué la dichosa sala y oh! sorpresa, mi vuelo estaba retrazado una hora.

Bueno, a esperar. Caras de fastidio era mi panorama en ese momento, justo una hora y media antes de iniciar el 2008. Para mi fortuna, el tiempo transcurrió rápido y 20 minutos antes de la media noche me estaba trepando a un avión como éste. (Yo, en el asiento 32H, en el pasillo)



Mis expectativas sobre cómo sería un recibir un nuevo año en el avión fueron muy elevadas. Apenas si el capitán mencionó un “Happy New Year”, uno que otro pasajero se reacomodó en su asiento y pa’pronto las luces se apagaron. No volví a saber nada del asunto. Cuando desperté era porque una de las azafatas empezaba a recorrer los pasillos ofreciendo (pues en realidad no sé si la cena o el desayuno, ahí empezó mi confusión con el tiempo), bueno algo para comer. Mi reloj marcaba una hora, en la pantalla del avión aparecía otra y mis cuentas no cuadraban.

Una cena pinche!

Después de dos películas, dos siestas (una de ellas de 7 horas), una caminata por los pasillos del avión, varias páginas del libro que mi amiga Silvia me regaló, tres comidas y una que otra ida al baño, la pantalla anunciaba: -50 de temperatura exterior; 38 000 feet; 901 km/h, volando sobre Honolulu; 16 horas de vuelo, arribando a Tasmania Sea. En el mapa ya se asomaba Tokio y una hora más tarde pude leer Sydney y Melbourne.

Llegué a Sydney el 2 de enero a las 10 am, molida pero emocionada. Jajajaja pero ese sentimiento me duró poco, pues al pasar por la aduana me detuvieron. “Tenemos que revisar su equipaje”. Ok (dije muy segura), “Trae algún líquido en su maleta de mano?” No, nada. “Ábrala por favor”. Seguro. ¡Ohhhh nooooo! traía mi crema cariiiiiisiiiima de Victoria’s Secrets. Era otro regalo de mi amiga Silvia. Y pues nada, pa’pronto me la quitaron y la echaron a la basura. (Seguro que la pinche vieja que me la quitó en cuanto me di la vuelta se echó un clavado en el bote).



Así se ve Sydney desde arriba


Sin mi crema cariiiisiiiima tomé el siguiente avión rumbo a Melbourne, mi destino final. Al cual llegué una hora y media después con un par de maletas, sin mi crema cariiiiiisiiiiiiima y una dirección en la mano de una familia que no conocía. La estrategia fue alzar mi manita, mostrar el papel al taxista y confiar.