En realidad no lo sé de cierto, pero quizá tenga algo que ver. Hoy regresábamos a la casa cuando a las dos nos sorprendió el color de la luna: anaranjado. Una luna inmensa, inmensa color amarillo-rojizo. ¿Será? -dijimos al mismo tiempo y al instante apareció un helicóptero atravesando un cielo que se negaba a ser azul.
- Uno más. No han parado todo el fin de semana –dice ella
- Lo peor de todo es que el viento tampoco deja de soplar y así es más difícil controlar el fuego –le contesto
- ¿Sabes de lo que me enteré hoy? –me pregunta
- ¿De qué? –la miro y ella está a punto de llorar
- Una compañera del trabajo contó que su vecina se fue el fin de semana a cuidar una casa en las inmediaciones de Melbourne. Como sabía que haría calor, invitó a los amiguitos de su hijo para hacer una parrillada y pasar el fin de semana todos juntos. De repente el fuego llegó a la casa. Trataron de escapar pero el auto ya estaba en llamas. Corrieron, pero fue imposible. Lo único que lograron hacer fue llamar a sus casas para despedirse. Los niños, dos chiquillos que fueron invitados a la fiesta, llamaron a su mamá por celular para decirle que sabían que iban a morir, estaban rodeados por el fuego, lo único que querían era decirle a su madre que la amaban.
Se le quiebra la voz. No sé qué decir. Se repone y me cuenta que otra de sus amigas también perdió su casa por los incendios. Se quedó sin nada –enfatiza-. Avanzamos unas cuadras más y me deja en una esquina. Ahora debo caminar 20 minutos para llegar a mi casa. Mientras camino no dejo de ver esa luna enorme color rojo-amarillo. En cualquier otro contexto me parecería maravillosa, ahora no paro de pensar que quizás ese color es el reflejo del fuego que todavía arde en algún lugar de Victoria, el estado en el que vivo.
Ya se sospechaba de una catástrofe, pero no de estas dimensiones.
- Uno más. No han parado todo el fin de semana –dice ella
- Lo peor de todo es que el viento tampoco deja de soplar y así es más difícil controlar el fuego –le contesto
- ¿Sabes de lo que me enteré hoy? –me pregunta
- ¿De qué? –la miro y ella está a punto de llorar
- Una compañera del trabajo contó que su vecina se fue el fin de semana a cuidar una casa en las inmediaciones de Melbourne. Como sabía que haría calor, invitó a los amiguitos de su hijo para hacer una parrillada y pasar el fin de semana todos juntos. De repente el fuego llegó a la casa. Trataron de escapar pero el auto ya estaba en llamas. Corrieron, pero fue imposible. Lo único que lograron hacer fue llamar a sus casas para despedirse. Los niños, dos chiquillos que fueron invitados a la fiesta, llamaron a su mamá por celular para decirle que sabían que iban a morir, estaban rodeados por el fuego, lo único que querían era decirle a su madre que la amaban.
Se le quiebra la voz. No sé qué decir. Se repone y me cuenta que otra de sus amigas también perdió su casa por los incendios. Se quedó sin nada –enfatiza-. Avanzamos unas cuadras más y me deja en una esquina. Ahora debo caminar 20 minutos para llegar a mi casa. Mientras camino no dejo de ver esa luna enorme color rojo-amarillo. En cualquier otro contexto me parecería maravillosa, ahora no paro de pensar que quizás ese color es el reflejo del fuego que todavía arde en algún lugar de Victoria, el estado en el que vivo.
Ya se sospechaba de una catástrofe, pero no de estas dimensiones.

El sábado por la mañana se escuchaba en la radio el pronóstico del tiempo de hasta 47 grados en algunas regiones de Australia. La mujer de las noticias aconsejaba remover todo material combustible de los patios, las autoridades estaban en alerta. Había mucho viento y eso pintaba mal.
Desgraciadamente, a pesar de los consejos, no se pudo evitar. El fuego se prendió y con la ayuda del viento se propagó en instantes. La sequía que azota el sur de Australia y el calor de las últimas semanas ayudaron también. La muerte de decenas de personas y la pérdida de miles de casas fue casi inevitable. Todo sucedió muy muy rápido.
Desgraciadamente, a pesar de los consejos, no se pudo evitar. El fuego se prendió y con la ayuda del viento se propagó en instantes. La sequía que azota el sur de Australia y el calor de las últimas semanas ayudaron también. La muerte de decenas de personas y la pérdida de miles de casas fue casi inevitable. Todo sucedió muy muy rápido.

El domingo había cortes informativos casi cada hora. La cifra de muertos iba en aumento y las imágenes eran de terror. Se hablaba de cerca de 3 mil kilómetros cuadrados devastados. Todos rogábamos porque lloviera un poco.

Hoy lunes hace frío, la temperatura ha descendido bastante. Sin embargo, la cifra de muertos va en aumento. Hasta este momento ya son más de 130. Hay sospechas de que algunos fuegos pudieron haber sido provocados. El primer ministro Kevin Rudd, habla de "asesinatos en masa". Todo es confusión.
Intento dormir. No puedo. El reflejo de la luna se cuela por las cortinas de mi recamara.
(fotos tomadas de portales de noticias)